Entre los. años 2002 y 2005 conocimos al Maestro José Antonio Torres “Gualajo” en una faceta inédita dentro de su trayectoria artística y pedagógica: ejerciendo el rol de preparador musical dentro de una producción teatral. Llevaba pocos años de haberse radicado en Cali, tocaba con el Grupo Naidy y su recién formado “Grupo Gualajo”, y aún no había sido el ilustre ganador de los primeros puestos como intérprete de marimba en el Petronio Álvarez y todos los otros premios que su destacado conocimiento sobre este instrumento y la música del Pacífico, le merecieron (Rey de la Marimba, Vida y Obra, entre otros).
Un maestro que invitamos para que nos enseñara a tocar la marimba, los bombos y cununos en el montaje de El condenado por desconfiado, se tornó mucho más que un “instructor musical”. Sus relatos sobre el Pacífico, Guapi, su familia o su vereda Sansón, así como sus historias sobre la magia y la mística que habitan las selvas y los ríos del Pacífico, comenzaron a poblar y dar vida a un montaje que buscaba en los versos clásicos de Tirso de Molina un puente con la cultura afrocolombiana. Su presencia como espectador en los ensayos y presentaciones de la obra, sus comentarios, sus risas (o sus distracciones) eran tan importantes como las indicaciones del director, el análisis de la obra o el estudio sobre la forma de decir el verso.
Dentro de un espectáculo que se construyó con la comunidad del Pacífico como maestros, espectadores y actores, el Maestro Gualajo ocupó un lugar preponderante. Su presencia era una garantía de contar con uno de los máximos conocedores en su arte y, al mismo tiempo, una profunda provocación e inspiración para mirar con más detenimiento la inmensa riqueza expresiva y cultural de la gente afrocolombiana del Pacífico.
Su música y el sonido de sus instrumentos nos acompañaron por diferentes escenarios y festivales nacionales e internacionales. Su marimba se mezcló con el arte de otro destacado maestro afrocolombiano, el Maestro de Grima Ananías Caniquí, así como con los sonidos de chirimía del Chocó, las Décimas Cimarronas, los versos del teatro del Siglo de Oro y el diseño escenográfico del Maestro Pedro Ruíz. Igualmente, sus enseñanzas contribuyeron enormemente en nosotros, estimulando intereses y proyectos de continuidad de trabajo pedagógico, creación e investigación con relación a la cultura y los artistas afrocolombianos del Pacífico.
El encuentro artístico y humano con Gualajo fue fundamental. Cuando para cubrir las baquetas pedía el “dogmático” y no el “neumático”, nunca sabíamos si estaba bromeando o lo decía en serio. Gualajo, como el maestro de grima, Ananías Caniquí, no enseñaron cosas básicas que hemos olvidado, como que lo fundamental, al inicio de la clase, es saludar al maestro, ya que es el depositario del arte.
Según Gualajo, esas y otras enseñanzas estaba en libro memorable, pequeñito, pero que contenía toda la sabiduría del mundo: La Citolegia. Después de leerlo todo quedaba claro, era un cuadernito sucinto y mas importante que otros libros sagrados. Cuando le preguntábamos dónde conseguirlo, nos contaba que como era tan bueno, que lo habían tenido que desaparecer, si no no hubiesen vendido ningún otro libro mas. Volvíamos a la clase o la conversación y riéndose volvía a citarLa Citolegia, “Eso lo explicaba muy bien la Citolegia”. Ese libro misterioso contenía todo lo valores humanos y artísticos que él guardaba.
Indagando supimos de la Citolegia citofráfica, es un cuadernillo con imágenes para el aprendizaje de la lectura. Quizás Gualajo hacia referencia a él, pero en su cosmogonía se había convertido en el libro fundamental del pensamiento popular.Ahora que Gualajo ha partido, nos quedan fragmentos de sus enseñanza, pero comprendemos que se ha llevado grandes secretos de su arte, y quizás, nadie encuentre ya la memorable Citolegia.
Que su memoria brille, y sus sonidos –y los sonidos que permanecen en sus alumnos y en los grandes músicos y artistas del Pacífico– iluminen no sólo las músicas de este país, que constantemente sufre de olvido por sus héroes y tiene gran dificultad en reconocer el protagonismo de grupos étnicos o campesinos, sino que también iluminen diversos ámbitos de la creación artística, teatral y la vida cultural.
Buen viaje, Maestro Gualajo!!!
Actores y Directores de El condenado por desconfiado, Laboratorio Escénico Univalle, Departamento de Artes Escénicas de la Universidad del Valle.
El hombre que me enseño a ser negro
por Francisco Viveros, protagonista de El condenado por desconfiado
Como artista, creo que toda creación es un espejo de la propia percepción del mundo. Esta percepción está relacionada con lo que en algunos casos se define como posición política, la cual está fuertemente influenciada por la experiencia y el ambiente en el que cada cual se desenvuelve.
Ser afrocolombiano, supone una serie de características culturales que en el caso personal y como producto de un proceso de migración fruto del llamado “desarrollo” se han ido perdiendo. Al trasladarse a Cali, mi familia por distintos motivos decidió abandonar parte de sus propias tradiciones. Quizá la que todavía se conserva es la culinaria y es esa la razón por la que mi hobbiees preparar alimentos. Sin embargo soy un convencido que lo que se hereda no se hurta, y mucho menos de borra del todo.
Hace cerca de 12 años, siendo parte del elenco del Grupo de investigación Laboratorio Escénico Univalle, hice parte del proyecto teatral El condenado por desconfiadode Tirso de Molina. Una producción que buscaba, en términos generales, acercar las culturas española del Siglo de Oro y la Afrocolombiana. Cada proceso investigativo generó sus propios descubrimientos; pero fue la aproximación musical la que generó en mí las mayores transformaciones como artista y como persona. Todo empezó con los encuentros y clases con el maestro José Antonio Torres “Gualajo”.
Desde la primera sesión, cuando nos explicó de dónde provenía su remoquete, tuve la sensación que me encontraba con alguien cercano. Sin embargo, mi intriga crecía a medida que lo acompañaba mientras él tocaba. No soy músico profesional, en aquel entonces ni siquiera aficionado, pero en cada canción había una necesidad de liberación que en mí se hacia mas potente. Con el tiempo, sus clases no solo eran de interpretación de instrumentos musicales del Pacífico, también lo fueron de historia, narración oral, lógica y sentido común, cultura general y hasta buenos modales. Todo desde su punto de vista, explicando su visión del mundo y compartiendo con nosotros su experiencia de vida.
El maestro dejaba huecos en sus relatos, pasaba de un tema a otro sin que nos diéramos cuenta, se negaba a continuar hasta no recibir otro trago de viche o hacia la pausa para servir otra ronda. Entonces, vino ese día en que interpretó una de sus canciones y yo me desconecté del mundo y me perdí en su melodía. Cada “Ayay oiiióoo” me di cuenta que no estaba aprendiendo para el montaje, yo estaba redescubriendo mi universo Afro. Recordé varias de las canciones que mi mamá me cantaba para hacerme dormir, Y me di cuenta que yo era como él. Gualajo me enseñó en su espontaneidad el valor de la preservación de los elementos de la cultura Afrocolombiana. Desde entonces, siento que tengo una deuda con mi etnia y me siento responsable de saldarla.
Su partida se convierte en un llamado a todos los que en algún momento tuvimos la suerte de compartir alguna sesión con él. Nosotros somos responsables de mantener viva su memoria y de ayudar a preservar su legado. Más que llenar nuestras redes sociales con su fotografía, podemos preguntarnos “¿Por qué nos hizo sentir orgullosos?, ¿Cuál de sus frases recordamos atentamente?, ¿Qué tenía este hombre de maravilloso?.
Un día mientras tocábamos una canción juntos me dijo “Usted tranquilo, que yo estoy aquí, pero estoy allá”. Hoy es una verdad, estás allá Gualajo, y nosotros todos deberíamos encargarnos que siempre estés aquí.