Tomado de
http://www.elimparcial.es/cultura/alejandro-gonzalez-puche-llevar-el-teatro-a-poblaciones-desprevenidas-es-muy-bello-cuando-hay-una-crisis-de-valores-89692.html
Catedrático y director de escena
González Puche: “Llevar el teatro a poblaciones desprevenidas es bello cuando hay una crisis de valores”
Alejandro González Puche es una de las figuras más prestigiosas del teatro colombiano. Catedrático de Artes Escénicas de la Universidad del Valle y director de escena, ha difundido a nuestros clásicos no solo en Hispanoamérica, sino también en China y Rusia. Se encuentra ahora en España participando en “Las Huellas de La Barraca”, que da continuidad a la mítica empresa liderada por García Lorca
Rafael Fuentes.
Cali es la capital de la salsa, hay una gran cultura de la danza: vallenato, salsa, bachata, merengue, reggaeton, una gran fiebre por los conciertos, por la vida inmediata, en la calle… ¿Cómo logra interesar a la juventud caleña en obras clásicas como “La Numancia”, de Cervantes, o “El condenado por desconfiado”, de Tirso de Molina? ¿Son conscientes de ser herederos de la mayor dramaturgia de la historia?
Alejandro González Puche: Bueno, Cali es una ciudad teatral y ahí vivió y trabajó mucho tiempo el maestro Enrique Buenaventura y su Teatro Experimental de Cali. Que en un momento, como todos los grupos, entró en cierta crisis, pero el público no se había perdido totalmente y ha vuelto a revivir. Ha sido un gran placer adaptar esos textos clásicos a la realidad caleña. Hubo una anécdota muy bella cuando mostramos “El condenado por desconfiado”, donde nosotros no pusimos el seudónimo de Tirso de Molina, si no Gabriel Téllez, y mucha gente de Cali consideró a Gabriel Téllez como un personaje en nuestro reparto. Y nos decían que le esperaban: “¡que venga mañana Don Gabriel!” Fue muy bonito convertir a estos clásicos en nuestros clásicos. Esa es la idea. La batalla con la salsa está perdida, la salsa nos va a ganar siempre, pero de todas maneras tenemos un público expectante a nuevas experiencias. Eso ha sido muy grato en Cali. Y no olvidemos que Cali es la segunda capital negra de América Latina, es una ciudad que tiene un vínculo muy bello con el idioma premoderno, digamos, con esa forma versificada de hablar. Se sigue utilizando el “vos” y mucho vocabulario de la época barroca, que los bogotanos no entendemos y que en el Valle del Cauca sigue vivo.
¿Es la gran religiosidad hispanoamericana, colombiana, caleña, un factor importante de conexión con los clásicos?
A.G.P.: Sí, sí. Yo más que religiosidad, diría que es la espiritualidad. La espiritualidad campesina, negra, es muy interesante. Tenemos unas canciones, los “alabados”, que se cantan al ánima cuando está perdida, porque el alma se muere y se mete en la selva y no aparece. Los “alabados” son una forma de reflejar la espiritualidad. Eso está en “El condenado por desconfiado”, que es una hispanización del “Libro de Job”. Esa idea del santo que llega incluso a convertirse en guerrillero, es el retrato de nuestra espiritualidad. Nosotros matamos con un Cristo en la mano en los grupos armados colombianos, en los paramilitares, en las guerrillas matamos en nombre de Dios. Como sucede en “El condenado por desconfiado”.
¿Cómo se interesó usted por el teatro, como accedió a los clásicos y los convirtió en sus clásicos?
A.G.P.: Yo tenía unos catorce años cuando fui a ver “Guadalupe años sin cuenta”, dirigida por el maestro Santiago García en el teatro “La Candelaria”, de Bogotá y mi primera impresión fue que no era posible contar tantas cosas en un mismo espectáculo: actores que cantaban, que actuaban, que narraban, y un compromiso político que tuvo incluso unos años de mucho riesgo, amenazas al grupo… Ahí nació mi vocación teatral porque “La Candelaria” es como nuestra Compañía Nacional de Teatro Clásico. Por otro lado mi madre es colombiana, pero la familia de mi padre es de origen andaluz, sevillano y onubense. Ésta fue mi forma de volver a España. Porque mi padre murió siendo colombiano, no había doble nacionalidad, y fue una manera de recuperar a través de los libros aquello que la patria me había negado en la parte legal. Y yo me aficioné mucho a la literatura española, pues era una forma de acercarme a España y a Andalucía. Después cambiaron las leyes y recuperé mi nacionalidad española y con tanta suerte que siento que la recuperé, digamos, desde los clásicos españoles: desde Calderón, desde Tirso de Molina, monté un Condenado por desconfiado, adaptaciones de El gran teatro del mundo, y fue como una forma de acercarme desde el imaginario a lo que eran mis ancestros.
También estudió casi una década en Rusia con el gran maestro Anatoli Vasiliev. ¿Fue muy difícil amoldar al castellano su método de trabajo con el verso de los clásicos rusos?
A.G.P.: No hemos tratado de trasladar esa experiencia, sino de escuchar a las poblaciones afrocolombianas, a las poblaciones costeñas colombianas, que mantienen formas de comunicación donde sigue siendo importante el octosílabo, la décima, los refranes y que comunican su sabiduría a partir de formas digamos versificadas. Lo cual convierte el verso en un medio de comunicación vivo. Esa es la gran fuente en la que hemos aprendido, por ejemplo las abuelas negras que viven en Cali y que tienen esa forma de comunicarse. En Tumaco, Colombia, todavía tenemos noticieros que traducen en décimas los eventos del día para que la gente los disfrute. No tienen la comunicación, digamos, prosaica de comunicarse del resto del mundo, sino otra mucho más particular. Está también la tradición de canciones populares como los vallenatos o los corridos mexicanos. Son formas tradicionales y populares de versificar la realidad para hacerla entendible.
Ahora mismo, se encuentra trabajando en “Las Huellas de La Barraca”, siguiendo la estela de Federico García Lorca, representando por toda la geografía española la célebre Égloga de Plácida y Vitoriano, de Juan del Encina ¿La ha actualizado? ¿Cuál es la respuesta del público español a una obra clásica tan poco conocida y llevada a escena desde Hispanoamérica, desde Cali?
A.G.P.: La respuesta ha sido muy generosa. Ahorita mismo, en los Pedroches, la sala está muy contenta. Hemos actualizado la obra. Es un montaje que trata de recrear nuestros vínculos con el Renacimiento. Es una obra escrita en el momento en que casi se estaba descubriendo Colombia, en 1504. En ese momento más o menos se estaban fundando las primeras ciudades en Colombia y hemos tratado de explorar ese vínculo digamos con dos cosas: ya conocíamos del verso y la otra es las formas de danza. Porque los colombianos bailamos las contradanzas europeas, como bailes de burla de los esclavos a cómo bailaban sus amos. Después, esa burla se empezó a eternizar, a permanecer hasta nuestros días. Hemos hecho esa actualización y también indagación sobre una de las primeras parejas dramáticas de la historia del teatro: un Romeo y Julieta sin Montescos ni Capuletos. Donde los amantes vuelven a revivir después de la muerte. Ellos resucitan. Fue Federico García Lorca quien reencontró esta obra. Por un libro de Sainz de la Calzada se sabe que había un gran interés de Lorca en los textos que contuviesen liturgias y esta obra es, en un veinte por ciento, una liturgia sacro-profana, en la cual el héroe no le reza a Dios sino a Cupido. Y eso en el siglo XV, aunque hubiese un contexto cortesano, es muy interesante.
¿Tiene futuro hoy, en España e Hispanoamérica, la idea de “La Barraca” liderada por Federico García Lorca?
A.G.P.: Yo creo que sí. En el reciente Curso de Verano de la Universidad Complutense en El Escorial “La Barraca de García Lorca: Ayer y hoy de una utopía teatral” dije una cosa que me parece muy importante: es un laboratorio real para las obras y para los actores. Montar obras con actores no profesionales da mucha más libertad. Los actores profesionales a veces son muy conservadores cuando se quiere cambiar algún concepto teatral. Y llevar el teatro a poblaciones desprevenidas es muy bello. No son los públicos barcelonés, valenciano, bogotano, madrileño… Hay algo que no se ha subrayado lo suficiente. Y es la valentía de Lorca de hacer esas obras en las calles, en las plazas. El teatro de calle ahora ha evolucionado mucho y ya no se trata de recitar un texto en una plaza. Eso era muy duro. Ahora es teatro con máscaras, con zancos…
¿Cuál es su balance personal de este experimento?
A.G.P.: Hemos conocido la España real. Es una cosa maravillosa, es muy difícil conocerla. Incluso para un español. Estamos yendo de Andalucía a Extremadura y de Extremadura a Burgos, al País Vasco, Navarra. Y claro para nosotros es conocer la diversidad de públicos, las crisis espirituales de muchas poblaciones, porque además de una crisis económica también hay una crisis de valores muy grande. Ha sido muy positivo y ojalá que continúe este proyecto. Nos ha impresionado mucho la diferencia. Porque nosotros hicimos una Barraca en Colombia antes de venir. Estuvimos en 15 poblaciones muy pobres de Colombia y en barrios de Cali y Bogotá. La diferencia enorme es que fundamentalmente en Colombia va público joven y en España público mayor. Son unos espectadores como abandonados. Una de las mejores funciones fue en Palencia, por ejemplo, espectadores muy maduros y deseosos de ver cosas que no habían visto en su vida pasada. Son diferencias grandes con “Las Barracas” de América Latina. El otro día estuvimos actuando en una plaza en donde había actuado Lorca con “La Barraca”. En Almazán. Nos emocionó mucho eso por estar casi en el atrio de la iglesia donde había estado Lorca y fue muy bello. Pensamos que esta experiencia de “La Barraca” debería continuar y felicito a la gente que pone en marcha estos proyectos que nosotros en Colombia debemos copiar. Porque muchas veces no son empresas tan costosas y tienen mucho más que ver con la voluntad política.